Fotos hechas con la M9.
Recomiendo ver las fotos en grande para apreciar las caras de las personas.
República del Congo
Era un día festivo, no sé qué día, pero yo no trabajé, las oficinas se cerraron y por eso sé que era festivo.
Normalmente yo trabjaba en mar y cuando se trabaja así un lunes es lo mismo que un domingo, pero yo llevaba ya unos días en tierra y pude disfrutar de ese día.
En los fines de semana y en los días de fiesta, en Punta Negra, las tiendas de artesanos se abren todo el día y esto ya sginifica un gran evento en la ciudad, para los locales y para los extranjeros, que tan pocas oportunidades tienen de hacer cosas fuera de la rutina.
Fue en esos pocos días que pude andar por la ciudad que me fijé en las personas. Los hombres congoleños no sobresalen demasiado en su aspecto externo, se visten más o menos como nosotros (salvando las diferencias de base), pero las mujeres son distintas. Ellas usan más los trajes locales. Compran telas coloridas y se hacen ellas mismas sus trajes. Dependindo del colorido los trajes se consideran más o menos elegantes.
Hay una decencia que a nosotros nos queda antigua en la forma de vestir de los africanos: unas telas limpias con colores vivos y un peinado recién hecho después de una ducha son los símbolos de la elegancia. No hay marcas, no hay estravagancias. Me refiero a la gente de a pie, a la gran mayoría de las personas, pero sobre todo a las mujeres.
Los artesanos son tranquilos, es gente que dedica mucho tiempo a estar sentados, a pasar horas bajo el sol esculpiendo y puliendo madera. Te miran y te sonríen y enseguida saben, como si hubiesen desarrollado otro sentido, si les vas a comprar o no. Pero con calma, sin prisas ni aspavientos. Te sonríen y siguen en su tarea. Hablo de Congo, en Angola, por ejemplo, las cosas son diferentes.
Muchos de los cuadros son muy naïf y los producen como en serie. Tienen su fórmula en la que aplican la máxima del mínimo esfuerzo y el máximo beneficio, algo que no es propiedad del mundo moderno sino de todo el que quiere ganarse la vida sin dejarse la piel y las horas en el trabajo. Pero hay joyas escondidas entre los montones de figuras y cuadros, hay que buscar.
Otra de las cosas que me llaman la atención de África son las horas que una persona se puede pasar sola, sentada y absorta en sus pensamientos, como si practicaran el no hacer, esa filosófía del budismo en la que prevalece el estado de ser frente al estado de hacer. Me recuerda esta imagen que evoco a las tardes y las noches en las que yo, de niño, pasaba con mis abuelos en el pueblo: salir a la calle por las noches a tomar el fresco y pasar las horas, a veces casi sin hablar, hasta que el sueño nos vencía. Esto me gusta de África.
Pero el espectáculo visual está en las madres que acarrean con sus hijos. Veo a pocos hombres encargados de los pequeños, siempre son las mujeres. Niños y niñas a las espaldas, al pecho de las mujeres y enrollados en las ropas. Y muchas veces no son uno ni dos, sino toda una tropa.
A África le dedico este mini reportaje.
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