En Lisboa hay varios tipos y tipologías diferentes de vida, vidas que se mueven a varios ritmos distintos, entre uno de esos ritmos y de esas melodías temporales tan diferentes e inamovibles entre sí desde hace decenas de años encontramos los tranvías eléctricos, en concreto el 28E.
Cuando uno esta acostumbrado a transitar por las calles y a moverse al son de las actuales e inclementes músicas de hoy se olvida de otras cosas que hace años ya nos se ven por el Mundo o eso parecía, me refiero a esos otros medios de transporte que ya hace muchos años desechamos a favor de otros más ágiles y rápidos, más modernos pero no por ello desde luego mejores.
Lisboa es un buen ejemplo de que se puede convivir perfectamente entre estos dos universos tan distintos y distantes, allí sus gentes están acostumbradas a moverse entre ellos y a saber paladear lo bueno de ambos, pero no solo lo bueno sino lo que se podría llamar nostálgico y a la vez real de dos épocas, la actual y la pasada aunque no por ello muerta o desaparecida.
Cambiar de medio de transporte desde el moderno underground al tranvía es delicioso, es como paladear un helado de chocolate y otro de fresa en el mismo cucurucho separando ambos por un goloso lametón.
Subir al tranvía es dar un par de pasos atrás en el tiempo y poder traer a la memoria o mejor dicho vivir algo que solo se puede sentir hoy ya en imágenes porque algunos hemos podido vivir en la realidad hasta aquellos doce años nuestros.
Es indescriptible la sensación que produce subir al tranvía y ponerse a recordar a los de Madrid, desaparecidos en pos de la modernidad como otro de los grandes errores de esto que hemos dado en llamar equivocadamente en muchas ocasiones “el progreso”.
Cuando nos subimos a uno de estos tranvías de Lisboa empezamos a vivir en otro mundo más calmado, cuando el “eléctrico 28” se mete en las callejuelas de la capital parece que el tiempo se ralentiza y que nos hemos ido de golpe a 1900.
La gente asume muchas cosas al subir al tranvía, una de ellas es que las prisas las deja en la acera lo cual no quiere decir que se llegue tarde a ningún sitio sino que se va algo más despacio, viviendo los momentos, asomándose por las ventanillas, charlando con los transeúntes de las viejas pero limpias y estrechas acercas de esos barrios de ensueño para el fotógrafo, se ve la vida pasar despacito y sin agobios al mirar por esa ventana de madera desde la cual se tiene al alcance de la mirada al tendero de la zapatería, al niño que va a al kiosco a por cromos, a la anciana que riega las plantas del portal o al carpintero que lija una puerta allí en su taller mientras subidos al 28 nos movemos a ritmo de paseo por esas callejuelas donde nos cruzamos con otros tranvías frecuentemente a la par que nos saludamos con los demás vecinos del barrio de ventanilla a ventanilla.
Fotografiar la vida que se desarrolla dentro y en derredor del tranvía, tanto de día como de noche, ha sido hasta hoy una de las experiencias más satisfactorias que como fotógrafo he podido paladear.
No hay mejor descripción de algo que unas buenas fotografías en las que todo lo que se pueda intentar en vano decir esté ya en ellas muy bien dicho, sin matices, es aquí, cuando el fotógrafo se siente identificado y metido en la escena creo yo, cuando se sale de la vulgarización en la que la fotografía entró hace centurias para hacerse una parte de esas escenas que son transmitidas sin deformación alguna, desde el anonimato.
He recogido muchas fotografías, con digital y con film, a mis ojos todas buenas por lo representativas de cada momento y por las distintas situaciones que plasman, os dejo unas cuantas sin pretensión de que ninguna de ellas sea perfecta o consiga elevarse sobre las demás.
Todo el trabajo esta realizado con el mismo equipo y accesorios que el resto el cual he explicado ya anteriormente en la primera parte de estas cuatro que componen la presente salida de caza.
Algunas fotografías desde la visión de una digital, la película he de revelarla todavía :
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