Tema: Durmiendo en la calle

Por cierto, he estao viendo las fotos del libro.. no las había visto antes, como sólo veo los últimos mensajes... Hay fotos muy wapas, la del Guardia Civil me encanta, me imagino a Nicholas Dominic Talvola con un Tricornio jajaja

Hola Bruno.
Alguna vez he fotografiado a alguien durmiendo. En su momento lo consideré un abuso, he procurado no volverlo a hacer. Se que no ha sido tu intención, pero lo considero irrespetuoso. Parece como que muestras una pieza cobrada, eso si, de manera ventajista. Al margen de estas consideraciones morales (muchas veces cargadas de hipocresía), la foto me parece muy floja, me transmite muy poco.
Creo que podemos aprender mucho de esto. Es muy fácil caer en la tentación de reducir nuestras fotografías a la captación espectacular de toda una gama de grises, que por otra parte ni son grises ni son ná.
Saludos. S.

Qué nivelazo! Saludos!....

Entiendo todas las posturas, pero alguien ha pensado que Bruno sólo ha querido mostrarnos algo en lugar de aprovecharse de alguien, la fotografía será como será, buena o mala pero creo que nadie de los que estamos en este foro vamos a interponer el sacar una foto con el perjuicio a alguien.
Creo que estamos meando fuera del tiesto, incluso Bruno con algún comentario en este post, no se puede tirar las fotografías de otros compañeros por los suelos aunque no sean de calle, la fotografía va más allá de la calle.
Señores comentemos, pero con respeto.
Saludos

Disculpad por volver sobre el tema, no pensaba participar en el debate, pero un par de cosas ocurridas este fin de semana me ha hecho hacerlo. Como premisa, indicar que hace tiempo he tenido este debate conmigo mismo y no tengo nada clara mi posición, sigo debatiendo, yo también tengo alguna foto de estas, mea culpa, ahora no las hago, y no tengo claro si han servido para algo. Seguro que todos compartimos los mismos valores, la diferencia está, seguramente, en los límites que cada uno pone a los mismos. Lo que si he llegado a una conclusión, como no conozco a los fotógrafos, ni su motivación, no se si van a denunciar algo o a por el Pulitzer, si es buena o mala gente, procuro no valorar al fotógrafo, simplemente si me transmite algo o no, si me remueve la conciencia como espectador o no. Coincido con algunos de los argumentos leídos y no con otros. Hay cantidad de fotografías muy potentes, que impactan, pero que nunca pasarán a la historia de la fotografía. Si además de tener expresión artística, o de denuncia, o de protesta, son perfectas técnicamente, seguramente estamos ante una obra maestra, pero cantidad de veces una foto con historia, que transmite mucho, no es una buena foto técnicamente hablando, y creo que eso es bueno, cada fotografía tiene su ámbito y su interés, sobre todo para el que la hace.

Las dos cosas de este fin de semana:

1.- La fotografía de la persona que está a punto de ser atropellada por el metro, y las consiguientes críticas al fotógrafo, ¿que hubiera hecho yo?, ¿y si era imposible salvarlo?.....

2.- Os recomiendo la lectura del artículo de Pérez Reverte: "El asilo de Petrinja" (Magazine de 09.12.2012, suplemento dominical), es un caso llevado al límite, pero que ilustra el debate, ¿que hubiéramos hecho nosotros en su lugar.... de hecho Pérez Reverte no lo tiene claro, ya que aún hoy, tiene grabado el suceso, leerlo si podéis.

Y me acuerdo de un hecho anterior, la fotografía de una niña africana desnutrida acechada por un buitre, esta fotografía, que creo ganó varios premios, tuvo tanta polémica, que acabó, imagino que con otros motivos sumados, con el suicidio del fotógrafo...

En definitiva, me he puesto "moñas" (lo siento) para transmitir mis dudas, dudas en contraposición a los que lo tenéis claro, que a mi me gustaría. Evito palabras como ética o moral, que he leído, ya que no soy quien para valorar y menos juzgar estos aspectos. Mis DUDAS son mías y de nadie más. Saludos.

Si dejamos a un lado el ruido y la furia, este es uno de los temas más apasionantes que ha suscitado este foro: el fotógrafo como testigo. Ninguno de los grandes ha escapado de la acusación de buscar la plasticidad en el dolor. Pero todo depende del acercamiento del ensayo: la Ruanda en carne viva de Natchwey no tiene que ver con la aproximación humanista de Salgado. Jim asume el testimonio de lo que nadie quiere ver con todas sus consecuencias, con crudeza, llegando a una relación casi epidérmica con la víctima de la barbarie. Natchwey lo entiende como una misión, como un proyecto de vida. Salgado toma una imagen de diez bebes huérfanos en el suelo para que nosotros lleguemos a las respuestas. Fernando Moleres, en cambio, nos enfrenta a las miradas de derrota de los ancianos tutsis en los campos de refugiados, para que esos ojos vacíos expliquen el horror de lo vivido, y la ausencia de futuro. Yo he visto a Fernando Moleres y a Javier Bauluz romperse a mi lado, mientras recordaban esos momentos, quince años después de haber sido testigos de esa barbarie. McCurry, en cambio, no busca la aproximación descarnada en primera línea. Está convencido de que el dolor singularizado en una persona narra mejor el horror de todas las guerras. Muchas veces eso no es noticia: lo que las guerras dejan a su paso, los sin nombre, eso que los americanos llamaron con cinismo: “víctimas colaterales”. A Steve le bastó la mirada de Sharbat Gula, la muchacha afgana, para contar los padecimientos del pueblo afgano. Y claro que podían acusarlo de oportunista al tomar la foto de una hermosa niña huérfana de la que no quiso saber ni el nombre.
Nadie decide tener una foto icónica en su carrete, pero todos esos trabajos tienen el valor que Susan Sontag llamaba “la fuerza probatoria de las imágenes”. El último capitulo del plan de Goebbels era borrar la memoria del pueblo judio, no solo de los horrores de los campos. Los campos eran el instrumento para extirpar esa memoria. Las imágenes quedan para recordarnos que esas cosas pasaron. No han servido para vacunar a la humanidad de repetir esos horrores desde el Gulag a Abu Ghraib. Pero incluso cuando se regresaba a esos infiernos, nuevas imágenes volvieron a sobrecogernos. ¿Ah, pero el hombre era esto?
El mismo argumento vale para defender los testimonios de las hambrunas en la India que recogió Werner Bischof, o Don McCullin en África. Uno de los documentos más sobrecogedores, por la ternura con la que se abordó el reportaje, es el ensayo que Eugene Smith hace de los daños que la fábrica de Minamata causaba a sus habitantes. Las imágenes que Smith toma de la niña Tomoko Uemura, afectada por las malformaciones debidas a la intoxicación de mercurio, son un ejemplo de cómo se puede trabajar con respeto desde la orilla de los perdedores. Los intentos de Smith por sacar esta historia a la luz tuvo como consecuencia, la perdida parcial de su vista, tras la paliza que le propinaron los sicarios de la fábrica. La foto de Tomoko mientras la baña su madre es de una belleza que nos desarma, y al tiempo nos golpea. He sentido algo semejante con la foto de Samuel Aranda, o las “Vidas minadas” de Gervasio Sánchez y, sin embargo, estamos ante el dolor de los demás. Ese es justo el título de uno de los ensayos más lúcidos realizados sobre el tema: “Ante el dolor de los demás” de Susan Sontag.
Al otro lado, estamos nosotros, nuestra mirada anestesiada ante el televisor, o la prensa, insensibles ante la avalancha de crueldad de la que es capaz el hombre. Emilio Lledó nos decía hace algunos años que el mundo empieza a parecernos una tragedia lejana. Pero esa tragedia empieza cada mañana en Siria, Egipto, Túnez, Agfanistán, en el despertar de un vagabundo en una acera cualquiera de Londres, o en tu barrio. Como diría don Emilio: “El primer convoy de ayuda humanitaria que hay que enviar es a nuestros propios ojos, a nuestro propio cerebro”.